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Juan Luis CalderónApril 19, 2018
(Fotografia: Patrick Hendry/Unsplash) (Fotografia: Patrick Hendry/Unsplash) 

22 de abril de 2018

4 domingo de Pascua, B

Lecturas: Hch 4: 8-12 | Salmo 117 | 1 Jn 3: 1-2 | Jn 10: 11-18

Los apóstoles tuvieron la gran bendición de conocer a Jesucristo y aprender de Él las maravillas de la Buena Nueva. Fueron los primeros en gozar de las primicias del Reino. Fueron rescatados de una vida ordinaria (pescadores de peces) y transformados en constructores de la nueva humanidad (pescadores de hombres, Mt, 4:19). Fue un proceso difícil. Muchas veces hablamos en estas páginas de cómo nos sabemos la teoría pero nos cuesta la práctica; de cómo planeamos y no realizamos; de cómo del dicho al hecho hay mucho trecho.

En este tiempo de Pascua, nuestra reflexión se centra en Jesucristo dándonos la oportunidad de comenzar de nuevo para la vida eterna. Una oportunidad que se da a aquellos que estuvieron con Él, con subidas y bajadas, amores y traiciones. Los apóstoles dudaron mucho. Caminaron junto al Maestro y dieron testimonio de sus milagros y el efecto de su predicación. Llegaron incluso a verlo transfigurado. En fin, cayeron hasta lo más bajo y remaron más adentro, hasta lo más profundo de la fe. Las claves de la Pascua son la resurrección de Jesucristo y la aceptación de esa resurrección por sus apóstoles, y después los demás.

Se creó una cadena: del Maestro a los discípulos y de ellos a todos. Eso es lo que contemplamos hoy en las lecturas dominicales. Tanto aceptaron los apóstoles su “primer día” que nada ni nadie los detuvo de transmitir la experiencia del Resucitado. Atención: no sólo contaron su experiencia, sino que hicieron que esa misma experiencia sea posible a otros. Le dieron a la siguiente generación de creyentes la ocasión de experimentar por sí mismos que Cristo vive. El “primer día” de ellos fue para los demás.

Los elegidos para gozar de las primicias del Reino fueron los últimos, los que habían sido dejados de lado, los que sólo Dios podía rescatar. Jesús tuvo predilección por los enfermos porque eran sufrientes y sin esperanza. Eran ellos los más necesitados de la ayuda divina. Los discípulos siguieron esa dinámica porque aprendieron a tener los mismos sentimientos de Cristo. El primer milagro realizado por intercesión de san Pedro fue curar a un paralítico (Hch 3:1-10). Varios paralíticos también habían sido curados por Jesús.

El libro de los Hechos de los Apóstoles continúa (Hch 3:11-4:23) con la defensa que Pedro hace de su acción en favor de un necesitado en el nombre de Jesucristo. Él deja bien claro que no va a obedecer más que al Señor, pase lo que pase, aún a riesgo de su propia vida. Esta es la conversión de san Pedro. Cuando Pedro cambió y aceptó la resurrección, fue 100%, totalmente, para esta vida y para la eterna. Lo dejó muy claro y nos inspira 2000 años después.

Frente a los que abrazaron la posibilidad y oportunidad de un “primer día”, están los que nunca escucharon a Jesús o se negaron a escucharle. Delito culposo. Sacerdotes, escribas, gobernadores: no eran sólo individuos actuando a título personal. Con esa actitud, sumada a su responsabilidad institucional, impedían que “el primer día” llegara a los otros, a los que debían ser asistidos por su servicio. Los más necesitados quedaban desprotegidos por aquellos que debían cuidarles y, encima, sin la opción de recibir la ayuda de quienes sí deseaban mejorar las cosas. El texto de los Hechos antes citado –el discurso de Pedro– es el terrible testimonio de cómo los poderosos quisieron impedir la llegada del “primer día”.

¿Se tratará solamente de historias del pasado? Por desgracia vemos cada día cómo los supuestos “servidores públicos” carecen todavía de una renovación moral e institucional. Hay demasiada corrupción, demasiado abuso e ilegalidad. Todo lo que ya sabemos y de lo que lloramos año tras año.

La Palabra de Dios este domingo nos invita a interesarnos de nuevo por las injusticias estructurales. (¿Qué tal si volvemos a leer Sollicitudo rei socialis (1987) de Juan Pablo II?) y por el valor de unos cuántos que –entonces y ahora– seguimos denunciando las cosas que no van. Para llegar a este punto de coherencia que hoy ejemplifica Pedro, basta convertirse. Pequeña palabra, gigantesco significado. Ese tosco pescador galileo lo hizo por amor a Cristo y con el don del Espíritu Santo. Lo mismo que tenemos nosotros.

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Oración

No es sólo para mí, Señor; es para todos. Por eso te pido el don de la fuerza y la fe. No sólo por mí, sino por todos: para que yo pueda ser un nuevo Pedro en medio de mi mundo y ayudar a que la resurrección de Jesucristo alcance a todos. Amén.

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