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Juan Luis CalderónApril 05, 2018
(Fotografia: Chris Barbalis/Unsplash)(Fotografia: Chris Barbalis/Unsplash)

8 de abril de 2018

Segundo domingo de Pascua

Lecturas: Hch 4: 32-35 | Salmo 117 | 1 Jn 5: 1-6 | Jn 20: 19-31

La semana pasada, en el primer domingo de Pascua, reflexionábamos sobre cómo Jesucristo convirtió el “día siguiente” en “el primer día” y le dimos un valor teológico a este juego de palabras. Ese será nuestro leitmotiv durante estas semanas de Pascua.

Jesús se comprometió totalmente con sus discípulos y amigos. Eligió doce “para que estuvieran con él” (Mc 3:14). Cuando preparaba su partida, les aseguró de que en la casa de su Padre habrá espacio para todos (Jn 14:2). Así se cumpliría su promesa de estar con ellos hasta el fin de los tiempos (Mt 28:20). Al resucitar, decidió volver a los suyos. No perdamos de vista el sentido dramático de estas palabras. Los “suyos” no consideraron a Jesús tan “suyo” como para estar con Él en la Pasión. Triste realidad.

Jesús comoquiera regresó a ellos porque eran los “suyos”. El Padre se los había dado y el Hijo no iba a dejar que ninguno se perdiera (Jn 6:39). ¡Qué importante es esta frase pronunciada por el mismísimo Señor! Siendo Él mismo un Hijo, Jesús sabe lo importante que son los hijos para su Padre y recibe a los suyos como don de Dios. Por eso los cuida tanto que da su vida por ellos.

Esta fidelidad viva, este compromiso en acción, cobra un significado salvador en el día de la resurrección. Jesús muere y regresa al Padre, así comienza su “sábado sin ocaso”. Al resucitar, Jesús accede a una nueva manera de ser. Pero, Jesús no se queda ahí: la fidelidad lo impulsa a regresar a los suyos.

Demos un paso atrás. Al conocer a Jesús, los discípulos se contagiaron de su deseo de un mundo mejor. La propuesta los atrajo y se unieron a la causa convirtiéndose en peregrinos por el Reino. Vieron en los milagros una confirmación de su decisión de seguir a aquel que parecía ser el Mesías. Al fin y al cabo, Él ofrecía palabras de vida eterna (Jn 6:68).

Poco a poco aumentaron las pequeñas tensiones que acompañaban a los éxitos. Tanto fue que ya temían visitar ciertos lugares (Jn 11:8). El miedo se apoderó de ellos tras el prendimiento de Jesús. Ante el inminente peligro para sus vidas, lo abandonaron. Por fin, la experiencia traumática de los días que acababan de pasar –la crucifixión y muerte– dejó fuera de juego a los discípulos.

Las cosas hubieran quedado así, si Cristo no hubiese vuelto. Pero regresó. Tanto para los discípulos como para nosotros, llegó nuestro “primer día”. Quizá fue difícil creer en Cristo resucitado después de presenciar el camino de la cruz. Sanar estas heridas espirituales y emocionales no debió de ser nada sencillo. Algo de ello trasluce en las páginas finales de los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles. Lo que sí sabemos es el resultado final de ese proceso:

“En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” (Hch 4:32-35).

La presencia resucitada del Cristo nos regala una sorpresa: la fe. A mi juicio, San Lucas resume de la mejor manera posible el sentido del “primer día”. Aquellos que huyeron despavoridos, perdidos, sin sentido en sus vidas, pronto se encontraron con la prueba más grande del amor de Dios: el sacrificio de su Hijo en la cruz; y con la prueba más grande del amor de Jesús: su regreso glorioso a los suyos.

Si Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo (hablaremos de este punto en Pentecostés) amaba tanto a los discípulos, sólo les quedaba a estos una opción: encarnar personal y comunitariamente esas virtudes y valores divinos. Por eso, los seguidores fieles se conviertieron en hermanos y de este modo hicieron del día de la resurrección de Jesús un “primer día” para ellos también.

 

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Oración

Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. Aleluya. Y también nosotros resucitaremos con Él. Aleluya. Amén.

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