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Juan Luis CalderónSeptember 27, 2017
(Fotografía: Jordan Whitt/ Unsplash) (Fotografía: Jordan Whitt/ Unsplash)   

26 domingo del Tiempo Ordinario, A

1 de octubre de 2017

Ez 18: 25-25 | Salmo 25: 4-5, 6-7, 8-9 | Fil 2: 1-11 | Mt 21: 28-32
 

Este domingo volvemos a profundizar en el concepto que expusimos la semana pasada cuando hablábamos de “arrimar el hombro”, expresión que usamos para hablar de cooperar. En la parábola del domingo anterior nos enfocamos en que al dueño de la viña le importaba dar trabajo a todos mientras que los trabajadores se fijaban en la recompensa final. Unos querían ganar más que los otros.

El domingo pasado, en el grupo de reflexión bíblica en el que participo, Alicia dijo: “cuando hablamos de espiritualidad, nos parece bien que Dios deje entrar en el cielo a todos; cuando hablamos de dinero: ah, no, que mi salario sea más grande que el del otro, porque yo trabajé más horas. Al final alguien dirá que también el cielo tendrá niveles y unos estarán más a la derecha de Dios que otros”.

El evangelio de este domingo regresa con la idea/proyecto de que “todos son bienvenidos”. Esta vez el ejemplo es aún más fuerte. No son trabajadores asalariados los que son invitados a colaborar en la viña del Señor. ¡Hoy hablamos de los hijos del dueño! En el caso del Reino de Dios, “los hijos del dueño” son aquellos que nacimos en familias creyentes, crecidos en ambiente cristiano, que sabemos de Jesús y sus palabras de vida eterna desde el comienzo de nuestra vida terrenal.

Jesús plantea para ellos dos posibles actitudes: 1) el que conoce, pero rechaza de primeras seguir al Señor; 2) el que aparenta seguir los mandamientos y por dentro hace lo que le da la gana. Los dos son hijos, los dos conocen su responsabilidad, los dos saben que son beneficiarios del campo y sus frutos. Además son los herederos: un día el campo será suyo y tendrán que hacerlo producir, si desean tener qué comer.

A mi juicio, la palabra clave aquí es recapacitar. La encontramos en Mt 21:29. El hijo que primero se negó, recapacitó y fue. El otro dijo que sí, pero ni fue ni recapacitó. Mi padre les hubiera contado la historia de un famoso empresario español (¿me permiten que omita su nombre?). Temprano en la mañana iba a trabajar en su carísimo vehículo, pero antes de llegar a la fábrica, se bajaba y entraba caminando junto a sus empleados, dialogando con ellos a pie de calle, conociendo a su gente.

El hijo de este señor heredó la fábrica, pero llegaba en coche a las 9 (ya no temprano como su padre, ya no a pie junto a los obreros). Los nietos del fundador heredaron la fábrica e iban a trabajar a las 11, porque nacieron ricos y nunca habían necesitado esforzarse para ganarse el pan. Fueron ellos los que no tardaron mucho en ver caer y cerrar su empresa, dejando a muchas familias en la calle sin trabajo. Historia verídica, se lo aseguro. Y conozco más de un ejemplo de la vida real igual a ese. Alguien me dirá que estos ejemplos casi no cuentan porque Jesús hablaba del Reino, no de un negocio. Entonces, saltamos a la segunda lectura y recibimos todos el regaño.

Hay un tercer modelo de hijo posible en la parábola. Leemos: Eso sí nos afecta a nivel espiritual. Comunidades divididas por envidias entre grupos, supuestos carismas que excluyen a los de los demás, envidias y celos entre asociaciones más preocupadas en ser “la más grande” o la favorita del pastor, en vez de ser la que más sirve… Hasta llegar a tener la Iglesia de Cristo dividida en cientos de iglesias.

Esto es el mayor escándalo posible. La mayor tristeza para Dios son todas las iglesias divididas y vueltas a dividir, los reformados y los reformadores, los que llevaron las cosas al límite de la escisión, los de la mutua condena. Todos ellos son el tercer hijo de la parábola: el que se cree que ha dicho que sí y nunca recapacita. Se crea su propio búnker de seguridades y lanza bombas contra los otros hermanos, contra los que recapacitan y los que no, contra los que buscan diálogo y contra los que tienen su propio búnker infranqueable.

El tercer hijo que se cree mejor que sus hermanos. Invita a que los demás recapaciten, pero ellos jamás se examinan. Y para colmo son los que dicen que Dios se equivoca. Así que, este domingo y esta semana que comenzamos, la tarea será recapacitar, revisar nuestros criterios, examinar nuestro corazón y dejar de condenar a los demás. Mirarlos como lo que son: hermanos nuestros, hijos del dueño de la viña en la que todos son bienvenidos.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración

Ilumíname, Señor, para que con tu luz de verdad y sinceridad pueda examinarme y comprender si mis actitudes son iguales a las que emana tu corazón. Ayúdame a entenderme y crecer. Que entienda a los demás. Que crezcamos en unidad. Amén.

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