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Juan Luis CalderónSeptember 21, 2017
(Fotografía: Jesse Oricco/ Unsplash) (Fotografía: Jesse Oricco/ Unsplash) 

25 domingo del Tiempo Ordinario, A

24 de septiembre de 2017

Is 55: 6-9 | Salmo 144: 2-3, 8-9, 17-18 | Fil 1: 20-24, 27 | Mt 20: 1-16

La parábola que nos presenta el Evangelio de hoy nos trae de cabeza generación tras generación. Por un lado, deseamos pensar como Jesús y aceptar que es justo pagar a todos los trabajadores lo mismo, ya sea que trabajaron desde la primera hora o sólo un poco al final de la jornada. Por otro lado, interiormente deseamos que a quien trabajó más horas le corresponda más salario, más recompensa, más reconocimiento.

El drama de los trabajadores que se sienten injustamente recompensados por su trabajo nos persigue por dentro. Como si la justicia se produjera en el pago y no en el mismo hecho de trabajar. Nos solidarizamos más fácilmente con esos trabajadores de la primera hora que se sienten perjudicados, más que con los que no tuvieron oportunidad de trabajar en tantas horas del día. No consiste en pelear sobre qué tema es más importante, si el salario justo o el empleo para todos. Ambos son asuntos fundamentales para la construcción de la sociedad según los valores cristianos.

Para comprender esta parábola (¡y todas!) en su plenitud, debemos prestar atención a las palabras de Isaías en la primera lectura: “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos” (Is 55:8). Dios no nos acusa ni nos condena. Simplemente nos avisa: para sintonizar con él, hay que pensar de otro modo. El esquema de pensamiento ha sido siempre uno de los caballos de batalla del Evangelio en cada cultura.

Inculturarlo es la clave. Muchos predicadores a lo largo de la historia fueron acusados de “europeizar” a los pueblos que visitaban, puesto que con el Evangelio transmitían usos y costumbres de sus países de origen. Es una fácil tentación en la que caemos, puesto que creemos con una fe encarnada en donde nacimos. Al mismo tiempo, al transmitir la revelación a los demás, es necesario esta apertura a las características del nuevo ámbito donde se vivirá la fe.

No todas las costumbres son buenas, pero tampoco son todas malas. No llegamos a un lugar a decirles que hacen todo mal y que se conviertan a nuestro estilo. Nuestra misión de apóstoles es mostrarles un nuevo modo de mirar lo que son y viven e iluminarlo con el amor de Dios en Jesucristo. A la vez, se necesita revisar lo que ya somos nosotros los cristianos de siglos y ver si aún somos fieles al Evangelio.

Por eso el papa Francisco dice:

 

es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. En los países de tradición católica se tratará de acompañar, cuidar y fortalecer la riqueza que ya existe, y en los países de otras tradiciones religiosas o profundamente secularizados se tratará de procurar nuevos procesos de evangelización de la cultura, aunque supongan proyectos a muy largo plazo. No podemos, sin embargo, desconocer que siempre hay un llamado al crecimiento. Toda cultura y todo grupo social necesitan purificación y maduración. En el caso de las culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas debilidades que todavía deben ser sanadas por el Evangelio: el machismo, el alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc. Pero es precisamente la piedad popular el mejor punto de partida para sanarlas y liberarlas” (Evangelii gaudium, n. 69).

 

Son muchas las influencias que recibimos continuamente según evoluciona la sociedad. Es continua nuestra adaptación a los “signos de los tiempos”. Así debe ser, pero mirando siempre al Evangelio como luz iluminadora de cada paso (acción, decisión, etc.) que damos. La clave de interpretación del ejemplo ofrecido por Jesús hoy está aquí.

El punto no es si el salario es más grande o más merecido. A los ojos de Dios lo que cuenta es que, a fin de cuentas, todos los invitados a trabajar, se pusieron manos a la obra. Benditos aquellos que lo hicieron desde el amanecer porque estuvieron prontos a construir el reino desde temprano y porque, gracias a su esfuerzo, la obra comenzó. Así, los que llegaron después, a mitad de la jornada, pudieron sumarse a un trabajo digno, bien hecho y ya encauzado. Fueron los continuadores de la obra de Dios que otros iniciaron junto al Dios/empresario que nos da el trabajo (es decir, el sentido de la vida).

Benditos todos estos, también, porque su esfuerzo fue recompensado no solo con el salario, sino con la continuidad. Y benditos los que se incorporaron al caer la tarde porque se juntaron a esa “raza elegida, sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido” (1 Pe 2:9), arrimaron el hombro y vieron que su obra, continuación de la de Dios, era buena. Eso es lo que cuenta.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración

De nuevo miro mis manos, Señor, y deseo que las llenes de herramientas, proyectos y ganas de trabajar en lo que es bueno, lo que te agrada, lo perfecto. Amén.

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