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Juan Luis CalderónMarch 23, 2017
(fotografía: iStock)

IV domingo de Cuaresma

26 de marzo de 2017

Lecturas: 1 Sm 16: 1b. 6-7. 10-13a | Salmo 22 | Ef 5: 8-14 | Jn 9: 1-41

Mi querido amigo y compañero de aventuras espirituales, Agustín Arséndiga (a quien la revista Vogue recientemente calificó como el “gurú de los masajes”) está desarrollando una magnífica labor de reflexión interdisciplinar sobre “toque y espiritualidad”. En una de sus aportaciones —sabiamente crítica– comentaba que la cultura occidental le ha tomado miedo al cuerpo y a tocar. Es como si el undécimo mandamiento fuera “No tocarás”. La realidad es que esta lucha entre las concepciones aristotélica y platónica del ser humano se infiltró en el cristianismo.

Toda la cuestión se basa en que el ser humano tiene alma y cuerpo.

Según Aristóteles, el ser humano se entiende teniendo las dos partes juntas. Así, el alma es la forma del cuerpo por la cual se dice que el cuerpo vive. Éste se nutre, se reproduce, piensa, se mueve y siente.

Para Platón, el cuerpo es el soporte del alma. Ésta desea liberarse de esa cárcel temporal que le impide encontrar la verdad. Esta concepción considera el cuerpo como una “prisión oscura” o “cadena para el alma”. Este estado es fuente de todo error, ignorancia, temor, tristeza, envidia y demás pasiones.

La filosofía pasó a la teología donde cada época ha sido llevada a tomar posición en este debate. He aquí los extremos: para unos el cuerpo merece ser idolatrado, cuidado, venerado (tanto que hasta lo definimos popularmente como dar “culto al cuerpo”). Para otros sólo el alma cuenta y la renuncia extrema a los placeres de la vida es el único modo de crecer espiritualmente. A lo largo de la historia, las dos posibilidades (y tantas otras intermedias) se han desarrollado. El cristianismo se ha visto envuelto en esta polémica también.

La cuaresma es el tiempo propicio para reorganizar nuestros criterios, incluso los filosóficos. Por eso les propongo detenernos esta semana en la meditación del “hombre entero” (como dice el Catecismo) que somos cada uno de nosotros. Por eso, para ser un poco más exactos y más específicos, digamos que el ser humano está compuesto de cuerpo, cerebro y alma. Las tres partes han de ser alimentadas, si queremos que la persona crezca completamente y como un todo.

Considero este punto como de fundamental importancia para entender al ser humano. Solemos reducirlo con expresiones "cuerpo y alma" o "cuerpo y mente". A mi juicio esas son versiones reducidas e incompletas de la realidad. De hecho la Sagrada Escritura nos ayuda a entender que son tres aspectos los que constituyen al ser humano. Es preciso reconocer y cuidar cada uno de los tres de modo independiente y en conjunto. Lo explicamos brevemente.

Para gozar de "buena salud" (como solemos decir) se necesita dar atención al todo, mientras alimentamos cada parte. El cuerpo es el espacio físico temporal donde vivo. Hay una expresión cristiana preciosa que define el cuerpo como "templo del Espíritu Santo" (1Co 6:19-20). Por desgracia en el mundo religioso hay demasiadas consideraciones negativas sobre el cuerpo y lo corporal. Esta desconfianza hacia lo físico se extiende de oriente a occidente.

El templo del espíritu se convirtió así en el "asnillo" que hay que domar (como decían los primigenios penitentes del desierto). Hoy en día no escasean los sermones que acusan al cuerpo de todos los vicios. Nos proponen la medicina de ayunos y penitencias que más parecen torturas físicas y oportunidades de adelgazamiento.

No podemos negar que muchos de nuestros pecados están más ligados a modos de pensar que a pasiones o placeres físicos. Se ve como indispensable un sana alimentación del cerebro. Tenemos demasiados esquemas de pensamiento, ideas preconcebidas, prejuicios, verdades socialmente o culturalmente aceptadas. Cuaresma es la gran lupa que Dios nos regala para revisar cómo nos entendemos y cómo entendemos el mundo y la vida.

Además está el alma y sus circunstancias. La esencia verdadera y las heridas profundas, todo revuelto, todo mezclado, constituyendo el ser de cada quien. Ese lugar donde Dios habita en nosotros y donde nos conectamos con Él, incluso cuando acumulamos basura que nos pone difícil la tarea.

Las tres partes son importantes porque en las tres partes juntas es donde soy, existo y me relaciono con Dios. Por eso Dios y Jesús, como vemos bien en las lecturas de hoy, procuraron educar y alimentar las tres. Por eso nuestra liturgia tiene ritos (para el cuerpo), enseñanza (para la mente) y bendición (para el alma).

Así que cuidado con ocuparse mucho de penitencias cuaresmales que sólo afecten a una de las tres partes. Porque de ser así, la carencia será peligrosa. El verdadero encuentro con el Señor y su gracia implica a la persona entera. Por eso, revise si su cuaresma le está moviendo el piso por completo… o sigue en las penitencias vacías como de costumbre.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

Oración

Señor: “Alma, corazón y vida” dice la canción. Hoy te pido que toques todo mi ser. Te pido que me ayudes a verme y entenderme completamente. Y me des valor para hacerlo sin dejar partes de mí sin atender. Deseo ser entero. Amén. 

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