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Juan Luis CalderónAugust 18, 2017
(Fotografía: Braden Barwich / Unsplash)

20 domingo del Tiempo Ordinario

20 de agosto de 2017

Lecturas: Is 56: 1. 6-7 | Salmo 66 | Rom 11: 13-15. 29-32 | Mt 15: 21-28

El presidente de Estados Unidos., Donald Trump, ha soliviantado los ánimos estos días al presentar su programa de control de la emigración legal. Éste pretende reducirla a un 50% al recortar el número de refugiados que se aceptarán en el país. Tampoco se ha salvado la Ley Internacional de Emprendedores, una serie de opciones para atraer talento empresarial al país. Esto serviría para dar visa a quien genere empleo con la apertura de nuevas compañías. Ahora este proyecto, creado por el Presidente Obama, queda congelado hasta marzo del 2018.

El 17 de marzo de 2017, el Presidente dijo: "la inmigración es un privilegio. No un derecho. Y la seguridad de nuestros ciudadanos debe siempre ser puesta en primer lugar. No hay dudas de eso”. No es efectivo crear binomios de identificación del tipo emigración=terrorismo, emigración=inseguridad o emigración=desempleo. Nuestro país ha desde siempre sufrido de eso. Esto empeoró después de los terribles atentados del 11 de septiembre del 2001. Es como una falsa sensación de seguridad al pensar que las fronteras causan de nuestros males.

Desde luego que Estados Unidos necesita una reforma migratoria. Eso lo defendemos tanto los nacidos aquí como los naturalizados, tanto los republicanos como los demócratas. Abogaría por hacer la reforma como un gran pacto nacional basado en un diálogo que implique a todos. Que no sea sólo un asunto legal, sino una nueva toma de conciencia tanto para los nacidos aquí como para los que llegaron después. El bien común se impone y por ello necesitamos dialogar mejor sobre estos asuntos.

Es relevante lo acontecido en Charlottesville, Virginia, durante la marcha de grupos supremacistas blancos. Todavía presenciamos, en pleno año 2017, hechos deleznables como estas manifestaciones racistas. Nos acogemos a la primera enmienda para decir públicamente lo que pensamos. En verdad suena bien hacer de la libertad de expresión un absoluto. El problema surge cuando hay quienes conservan aún los conceptos de supremacía y racismo. No puede ser y no debe ser. El asunto no es callar las bocas o dejarlas hablar. El asunto es superar de una vez por todas estas ideas tan ridículas.

Tú, racista, cubres el temor a lo diferente con discursos agresivos. Te jactas de aplastar al otro con ideas carentes de sentido; demuestras tu ceguera intelectual y espiritual al negarte al diálogo. Lo acontecido en Charlottesville muestra que el pueblo estadounidense no ha digerido el tema de la esclavitud, el segregacionismo y sus consecuencias. No ha pasado el tiempo suficiente para hacerlo. La Ley de Derechos Civiles es de 1964 apenas y la Ley de Derecho al Voto de 1965. Los crímenes de odio siguen vigentes.

Cometemos un error al plantear soluciones policiales a situaciones que están entroncadas en nuestros miedos. Esta insistencia bíblica en Dios como protector de extranjeros nos inspira. Estar orgulloso de lo propio es bueno y justo, pero corremos el peligro de caer en un nacionalismo discriminador, violento, irracional y cobarde. La Historia está plagada de ejemplos… y los periódicos también. Nos equivocamos en el modo de enfrentar el tema de la emigración (como ya sucedió con la segregación racial) y lo estamos pagando caro.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración

Haya nacido donde haya nacido, tenga el pasaporte que tenga, lea este poema en clave de oración y Dios nos bendecirá a todos.

No me llames extranjero

(Rafael Amor)

No me llames extranjero porque haya nacido lejos,

o porque tenga otro nombre la tierra de donde vengo.

No me llames extranjero porque fue distinto el seno

o porque acunó mi infancia otro idioma de los cuentos.

No me llames extranjero si en el amor de una madre

tuvimos la misma luz en el canto y en el beso

con que nos sueñan iguales las madres contra su pecho.

No me llames extranjero, ni pienses de dónde vengo,

mejor saber dónde vamos, adónde nos lleva el tiempo.

No me llames extranjero porque tu pan y tu fuego

calmen mi hambre y mi frío, y me cobije tu techo.

No me llames extranjero, tu trigo es como mi trigo,

tu mano como la mía, tu fuego como mi fuego,

y el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño.

Y me llamas extranjero porque me trajo un camino,

porque nací en otro pueblo, porque conozco otros mares,

y un día zarpé de otro puerto,

si siempre quedan iguales en el adiós los pañuelos

y las pupilas borrosas de los que dejamos lejos,

y los amigos que nos nombran y son iguales los rezos

y el amor de la que sueña con el día del regreso.

No, no me llames extranjero, traemos el mismo grito,

el mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre

desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras,

antes que vinieran ellos, los que dividen y matan,

los que roban, los que mienten, los que venden nuestros sueños,

ellos son, ellos son los que inventaron esta palabra: extranjero.

No me llames extranjero, que es una palabra triste,

que es una palabra helada, huele a olvido y a destierro.

No me llames extranjero, mira tu niño y el mío

cómo corren de la mano hasta el final del sendero,

no los llames extranjeros, ellos no saben de idiomas,

de límites, ni banderas, míralos, se van al cielo

por una risa paloma que los reúne en el vuelo.

No me llames extranjero, piensa en tu hermano y el mío,

el cuerpo lleno de balas besando de muerte el suelo,

ellos no eran extranjeros, se conocían de siempre

por la libertad eterna e igual de libres murieron.

No me llames extranjero, mírame bien a los ojos,

mucho más allá del odio, del egoísmo y el miedo,y verás que soy un hombre, no puedo ser extranjero.

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