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Juan Luis CalderónAugust 10, 2017
(Photo by Chris Barbalis on Unsplash)

19 domingo del Tiempo Ordinario

13 de agosto de 2017

Lecturas: 1 Reyes 19: 9a. 11-13a | Salmo 84 | Rom 9: 1-5 | Mt 14: 22-33

Recuerdo a un compañero mío de la universidad que, ante la inminencia de los exámenes, pasaba horas de rodillas en oración pidiendo a Dios pasar el curso, en lugar de ponerse a estudiar.

Nos atraen las cosas magníficas y misteriosas, quizá aburridos de lo cotidiano. Ese gusto por lo sorprendente ha entrado también en el ámbito de lo espiritual. Tantas veces buscamos en la religión los mismos efectos que acusamos a los que practican la magia. Lo magnífico nos atrae. Stan Lee, el creador de tantos superhéroes de cómic en Marvel, puso en papel los deseos más profundos que todos tenemos.

Veamos un ejemplo tirado de la actualidad. La comunidad mexicana de Passaic, NJ, anda revuelta. El alcalde Héctor Lora ha decidido eliminar la “capilla” de la Virgen de Guadalupe. Leo la noticia en el periódico gratuito Reporte Hispano, n. 425. Según el autor del artículo, Gery Vereau, la capilla nació después de la “aparición” de la Virgen de Guadalupe en un árbol. Para proteger el lugar, un grupo de devotos decidieron levantar un espacio de culto. En la actualidad se ha convertido en una capilla con murales alusivos a la Virgen en México con techo y bancas. Además se ha instalado una verja que cierra el recinto.

El alcalde ordenó demolerla puesto que la capilla fue construida en un espacio público sin los permisos pertinentes. Según la ley, dice el alcalde, no se pueden levantar espacios de culto en terrenos de uso público. Tanto la Mayordomía Guadalupana como la Cámara de Comercio México-Americana de Passaic han levantado su voz contra la decisión del alcalde. Alegan que se trata de un ataque contra las tradiciones mexicanas, motivado además porque el alcalde de Passaic es un pastor metodista.

Es plenamente humano buscar lo asombroso.

Una cuestión que nace del cumplimiento de la legalidad pronto se tiñe de racismo nacionalista y anticatólico. ¡Qué mal aprendemos! De poco basta que Dios se haga hombre y convierta a la madre de Jesucristo en madre de todos. Al final, el afán de superioridad hace que enarbolemos la bandera nacional para hacer de la Virgen María más madre de unos que de otros.

Es plenamente humano buscar lo asombroso. Tantos mitos antiguos así lo confirman (desde dioses peleados en el Olimpo a gigantes con un solo ojo). Nuestras historias infantiles se llenan de genios de la lámpara, lobos disfrazados de abuelitas, habichuelas mágicas y gatos con botas. Después, al crecer, algo nos queda de aquello. Buscamos milagros en cada esquina; unas veces para sentirnos especiales, otras para que se nos faciliten las cosas.

Pero las cosas de Dios no funcionan como en los cómics. Para poder tener un superpoder hay que creer profundamente en uno mismo.

Jesús afronta, en el Evangelio de este domingo, este síntoma de la realidad humana: nuestro deseo de soluciones fantásticas. Jesús podría haber gozado de todos los superpoderes habidos y por haber, dada su condición de Dios. Sin embargo, utilizó poco estas capacidades extraordinarias. Nunca lo hizo para demostrar su genialidad o su dignidad. Al hacer milagros, siempre pensó en buscar la justicia y ayudar a los demás. Jesús, hombre y Dios a la vez, prefirió vivir humanamente y mostrarnos cómo vivir lo divino con los pies en la tierra. Nosotros quizá no lo hubiéramos hecho así, pero esa fue la opción del Dios hecho hombre.

Pedro –que conocía las dificultades del trabajo marítimo– cayó en la tentación de desear aquello que todo marinero desea: caminar sobre las aguas. La gente del mar sabe bien lo que es el miedo al naufragio: ahogarse. Pero eso no pasaría si se tuviese branquias o si se pudiese caminar sobre el mar. Pedro vio a Jesús caminar sobre las aguas y quiso tener esa misma capacidad. Fue su sueño hecho realidad. Aquello que tantas veces imaginó, de repente estaba ante él. Además era amigo de quien podía darle el superpoder.

Pero las cosas de Dios no funcionan como en los cómics. Para poder tener un superpoder hay que creer profundamente en uno mismo. El superpoder es la fe, no el milagrito extraordinario de caminar sobre las aguas, de multiplicar panes o una virgen que se aparece en un árbol. El verdadero superpoder es enfrentar la vida con valentía, con optimismo y esperanza. Como hizo Jesucristo, como hizo María la Madre de Dios, como hacen los santos y tantas personas que nos cruzamos por la calle. Por cada Superman hay cientos de policías que salen a patrullar las calles, a protegernos y ayudarnos, que conocen nuestros nombres y saben lo que pasamos; personas como nosotros, no un Clark Kent despistado que vive en su mundo y llega sólo para recibir aplausos.

Jesús tiende la mano a Pedro pero éste se enfoca en lo extraordinario. Por eso se hunde. Más adelante comprendió que la confianza está en Jesús que amorosamente nos acompaña y guía. Para que lo extraordinario y milagroso suceda hay que actuar al estilo de Jesús. El mismo san Pedro nos lo enseña cuando cura al paralítico (Hch 3). Aquel que no fue capaz de caminar sobre las aguas sanó después a quien no podía caminar. Lea ambos textos de nuevo y descubra dónde está la diferencia.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración de confianzaA ti, Señor, sí te importa que si nos hundimos. Por eso tiendes tu mano hacia nosotros. Para que nos aferremos, para que estemos seguros. No pavimentas el mar, no nos evitas las dificultades, sino que nos das tu amor y tu esperanza para que seamos capaces de que todo sea necesario para seguir adelante con la vida y con la construcción del Reino. Amén.

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