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Juan Luis CalderónAugust 04, 2017
Mihai Surdu via Unsplash.

6 de Agosto de 2017 - 18 Domingo del Tiempo Ordinario, A

Qué gran milagro el de los panes y los peces. Recuerdo siempre con fascinación las sensaciones que me producía de niño—y todavía me produce—escuchar este momento de la vida de Jesús entre la gente. Quizás lo hemos escuchado tantas veces que ya no le hacemos mucho caso, porque nos lo sabemos de memoria. No deja de ser un gran milagro por el hecho de que estemos hastiados de escucharlo.

Así llegamos a la primera situación que deseo comentar en estas líneas. El hastío. Nuestra vida es muy repetitiva y nos aburre. En realidad esto no es culpa de nadie, pero la verdad es que, con todas las posibilidades que hay en la vida, nos empeñamos en repetir: comemos los mismos platos habitualmente, vamos a los mismos lugares de vacaciones, frecuentamos las mismas actividades… Hemos convertido todo en una rutina que nos cansa. Hemos llegado a un punto que hasta nos asusta la monotonía.

La medicina para eso es buscar novedades.

La medicina para eso es buscar novedades. Pero hasta eso se ha convertido en una plaga. Porque la respuesta social ante monotonía es la moda. Todo funciona “por temporadas”. Lo que está in ahora, estará out dentro de tres meses. Para evitar la monotonía, nos ofrecen soluciones temporales, breves, instantáneas… que nos han llevado concebir la vida como una sucesión de instantes. Sin un verdadero proyecto de vida. La gente sigue al último que llega, porque están ansiosos de cosas nuevas. También la gente seguía a Jesús. Ojalá que porque traía palabras de vida eterna. Pero me temo que la realidad no fue tan romántica. De hecho, a los pies de la cruz no estuvieron todos aquellos que comieron del milagro.

Entendida así al existencia, la satisfacción rápida (por muy insatisfactoria que sea), moldea nuestro modo de vivir y relacionarnos. De ahí que una de las cosas que más hastío nos causa es los problemas ajenos. Todo es huida permanente. Como dice la canción: “Sé que hubieras querido ser pirata para la mitad de las cosas no ver. Y aparte de la pata, el corazón de madera también, para no sentir, para no padecer”*. Hasta los apóstoles dijeron a Jesús que había que despedir a la gente porque no había qué comer (Mt 14:15). Es tan pesado cargar con los problemas propios, como para cargar con los demás. Por eso ponemos nuestras esperanzas en la lotería; porque si me toca, se acabaron los problemas… los míos.

La respuesta bíblica a estas situaciones se nos ofrece claramente en las lecturas de este domingo. La medicina de Dios no es lotería para calmar la economía, ni pastillas para calmar los nervios. La medicina es re orientar la vida con un nuevo estilo. Nuevo y eterno, es decir, uno que no pasará de moda la próxima temporada. Se trata de llenarnos de esperanza al entender que hay un proyecto de amor que jamás va a cancelarse, pase lo que pase. Solo quien entra en su interior y comprende la presencia del Espíritu en el espíritu podrá mirar con ojos nuevos.

Medicina en tres preguntas. Tres preguntas que nos descolocan. Tres preguntas que nos atraviesan. Tres preguntas que lo cambian todo.

Contra el hastío de la moda: “¿Por qué dar dinero a cambio de lo que no es pan? ¿Por qué dar su salario por algo que no deja satisfecho? (Is 55:2).

Contra el hastío del miedo: “¿Qué podrá apartarnos del amor de Dios”? (Rom 8:35).

Contra el hastío de la moda: “¿Cuántos panes tienen ustedes?” (Mc 6:38).

Tres preguntas que nos hacen darnos cuenta del despiste en el que pasamos la vida. Siempre escapando de lo que podemos enfrentar; siempre mendigando lo que podemos alcanzar; siempre buscando lo que en realidad tenemos dentro. El milagro sucedió porque Jesús estaba entre la gente, porque vio los problemas de ellos como propios y porque buscó la solución entre lo que ya tenían. Bien lo decía san Agustín, que se pasó buscando fuera lo que estaba dentro y, al final descubrió que quien no vivía dentro de sí era él mismo. Todo cambió cuando regresó a sus entrañas: se encontró con su ser y se encontró con Dios. Ya antes le había pasado a Pedro, a Pablo y a tantos otros. Y también le pasó a muchos más después. Solo falta que nos pase a usted y a mí. Entonces todo tendrá sentido en esta vida y todo tendrá futuro.

De momento, esta semana nos toca una tarea (nueva y eterna): responder a tres preguntas.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

Oración

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,

tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera,

y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era,

me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.

Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.

Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que,

si no estuviesen en ti, no existirían.

Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera;

brillante y resplandeciente, y curaste mi ceguera;

exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;

gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;

me tocaste, y deseo con ansia paz que procede de ti. Amén.

(De las Confesiones de San Agustín)

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