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(foto: La incredulidad de santo Tomás de Caravaggio)

V domingo de Pascua

14 de mayo de 2017

Lecturas: Hch 6: 1-7 | Salmo 32 | 1 Ped 2: 4-9 | Jn 14: 1-12

“Yo soy el camino, la verdad y la vida”

Santo Tomás, el apóstol, es uno de mis personajes favoritos. Tristemente reducimos su presencia en la cultura popular al “dedo de la duda”* (Jn 20:24). Pero santo Tomás es mucho más. Representa a quienes necesitan entender para creer, a quienes el cerebro les ayuda a ampliar el alma.

De las tres ocasiones en las que el Evangelio según san Juan presenta una intervención directa de Tomás, dos son en este sentido. Una es el bien conocido "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré" (Jn 20:25). La otra es durante la Última Cena (Jn 14:5). En ese marco solemne y cargado de profundas emociones, Jesús enseña a los discípulos los puntos cruciales de su doctrina. Al hablar de su partida, el Maestro asegura que los apóstoles saben el lugar donde va. Tomás, sin embargo, pregunta: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”

Tomás no se calla, ni es políticamente correcto. Es el discípulo que pregunta y quiere comprender bien. Ahí radica su fortaleza espiritual que se traduce en acciones valientes. Por ejemplo, tras la muerte de Lázaro, Jesús propuso regresar a Judea. Los demás apóstoles titubeaban puesto que allí lo habían amenazado con apedrearlo. Es en ese momento que Tomás sentencia: "Vamos también nosotros, para que muramos por él" (Jn 11:16). La tradición posterior le pone como evangelizador de Siria y la India: grandes obras y atrevidas aventuras para quien popularmente se conoce como un descreído.

La vivencia de la Pascua nos enfrenta también a la actitud necesaria de santo Tomás y su relación íntima con Jesús. Cuando Tomás pregunta, Jesús le responde. Cuando Tomás pide pruebas, Jesús le presenta su costado y le hace meter el dedo. El Señor no se molesta con este discípulo cerebral. Porque también el cerebro debe ser cultivado para la fe (como comentábamos hace algunas semanas).

Disentir, cuestionar, dudar, no son actos de rebeldía sino de crecimiento, si desembocan en el diálogo. ¿Se han fijado que san Pedro, en sus cartas e intervenciones, corrige los errores de los judíos, que confundieron a Jesús y lo crucificaron? Pero la respuesta de ellos no fue el enojo, sino el deseo de conocer la verdad. Sucedió en la primera lectura de la semana pasada (Hch 2: 36-41) y sucede hoy en la segunda (1Pe 2:4-9).

El espíritu de la Pascua es la caridad, el amor, el dar vida. Tanta vida que hasta los muertos resucitan. Por eso no debemos temer el conflicto y las diferencias. Hch 6:1-7 es el hermoso ejemplo que la liturgia nos propone hoy. Ante las diferencias culturales, hay un momento de crisis. Los primeros cristianos lo afrontan analizando la situación, reconociendo el mal y resolviendo la pelea en diálogo y colaboración. Casi seguro que hoy hubiéramos dividido la comunidad en dos o levantado un muro o mandado a los griegos a celebrar la misa en el sótano.

A la espiritualidad moderna se le suele criticar que evita los problemas reales camuflándose de positivismo buena onda. Ahora, eso suele cubrir un egocentrismo sangrante. No podemos caer en eso también nosotros. Si Jesucristo lo hubiera hecho, habría arruinado todo, dejando a los leprosos enfermos, a los muertos encerrados y a las pecadoras apedreadas. Vamos, que Jesús tampoco dudó en meter el dedo en la llaga.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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*¿Sabía usted que una falange del dedo del apóstol santo Tomás se conserva en la capilla de las reliquias de la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, en Roma?

Oración

Aumenta mi fe. Y también mi corazón. Y mi capacidad de aguante. Y mi capacidad de diálogo. Ya que estamos, Señor, auméntame todo. Porque necesito mucho de todo eso que Tú tienes. Amén.

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