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(Cena en Emaús por Caravaggio, 1601)

IV domingo de Pascua

7 de mayo de 2017

Lecturas: Hch 2: 14a. 36-41 | Salmo 22 | 1 Ped 2: 20b-25 | Jn 10: 1-10

Hace unos días, durante mi visita a España, participé en un coloquio sobre cristianismo y nuevas espiritualidades. Adapté las opiniones del Dr. Robert A. Masters, en su Spiritual Bypassing, al análisis de la religiosidad popular de Cuaresma y Semana Santa en España. Mi aportación, venida de un país donde todo se cuestiona, motivó un diálogo sobre el futuro de la religiosidad popular en un mundo “cada vez menos religioso y más espiritual”.

En nuestro tiempo está sucediendo lo mismo que en épocas pasadas. Las iglesias en general se alejan de la marcha de la vida y el pueblo de Dios continúa su camino de fe con un recorrido paralelo. Nada de qué asustarse. Esas crisis son habituales y no siempre negativas. Es parte de los procesos de las instituciones.

Lo malo de la “sana tensión” entre la espiritualidad del templo y la espiritualidad de la calle es que pronto saltan las acusaciones de un lado al otro. En vez de analizar realidades y motivaciones, buscamos culpables. Así no se puede. En el coloquio en el que participé, alguien llegó a plantear que las procesiones de Semana Santa serían la versión española del new age. Es un interesante concepto al que creo necesario regresar en algún momento. Les haré saber.

Cuando hay desconexión entre la jerarquía y el pueblo, la primera tentación es acusar al pueblo de desobediencia y rebeldía. Pero ya desde el profeta Ezequiel (ampliamente citado en el Evangelio y, enclave fundamental para entender el que proclamamos este domingo, Jn 10:1-10), la Revelación divina carga las tintas sobre la responsabilidad de los pastores.

Para que el pueblo entre “por la puerta del redil” (Jn 10:1), es necesario que: 1) el pastor sepa cuál es esa puerta; 2) el pastor esté convencido de que ese redil es el mejor; 3) el pastor tenga buenas intenciones (¿no será que nos quedemos aún en el pray, pay and obey [“ora, paga y obedece”]?); 4) el pastor invite a entrar desde el respeto y la libertad. Le dejo como tarea poner más puntos a esta lista, porque cada quien tiene su experiencia, y compartirlos conmigo y con todos en Twitter @juanluiscv.

Aquellos que tengan funciones de pastor en su comunidad (dígase una responsabilidad hacia otros: padres de familia, catequistas, sacerdotes, ministros…) necesitan leer Ezequiel 34 una vez al mes. Sobre todo ese aviso de Dios claro y contundente: “Pastores, yo me declaro su enemigo y les voy a reclamar mi rebaño; les voy a quitar el encargo de cuidarlo, para que no se sigan cuidando ustedes mismos; rescataré a mis ovejas, para que ustedes no se las sigan comiendo” (Ez 34:10).

Las lecturas de Pascua nos cuentan cómo los apóstoles y la primera Iglesia fueron encajándose en la realidad del Cristo resucitado. Por eso, en medio de esto, tendremos ahora unos domingos en los que Jesucristo volverá a pronunciar sus palabras de vida eterna ya conocidas. Hoy mismo estamos viendo que Él es la puerta del redil y único salvador. Lo dijo en vida y se recuerda en resurrección.

Vemos el ejemplo de Pedro anunciando valientemente la verdad (primera lectura de la misa de hoy, de Hechos 2), llamando a las cosas por su nombre y proclamando que el crucificado ha sido constituido por Dios como Señor y Mesías (Hch 2:36). Sólo creyendo esto se podrá alcanzar la comunión con Dios, aunque haya que pasar por muchas cosas y pasarlas con fe (vea la segunda lectura, 1 Pe 2).

Ahora que estamos involucrados en las alegrías pascuales, también es tiempo de recordarnos las exigencias de la vida espiritual. Tras el triunfo sobre la cruz y la muerte, corremos el riesgo de relajarnos y dejar pasar ciertas cosas (como les sucedió a los sacerdotes de Israel y a tantos otros después). Los avisos sirven para mantenernos constantes. Muchos en el cristianismo (y en todas las religiones) han caído en una espiritualidad light, baja en calorías y compromisos, que no dialoga, que no entra en comunión con los demás, que no engorda, pero que tampoco alimenta y desde luego que no salva. Porque para salvarnos está Cristo. Abra su Evangelio.

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org, en Twitter @juanluiscv.

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Oración

El Señor es mi pastor; nada me falta. En verdes praderas me hace descansar, a las aguas tranquilas me conduce, me da nuevas fuerzas y me lleva por caminos rectos, haciendo honor a su nombre. Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me inspiran confianza. (Salmo 22:1-4)

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