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Juan Luis CalderónDecember 07, 2017
(Fotografia: Josh Applegate/Unsplash) (Fotografia: Josh Applegate/Unsplash) 

8 de diciembre de 2017

Solemnidad la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

Lecturas: Gn 3: 9-15. 20 | Sal 97 | Ef 1: 3-6. 11-12 | Lc 1: 26-38

“Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres”.

Cuando Dios fue a visitar a Adán y Eva al paraíso, no los encontró puesto que se habían escondido. Alguna razón debía haber. Por eso Dios les preguntó: “¿Qué es lo que has hecho?” (Gen 3:13). Fue la primera vez que el Creador puso al género humano frente a la cuestión de la responsabilidad. Ser responsable de los propios actos es fundamental para el desarrollo integral de la persona y para la coexistencia social.

Es un precepto moral y legal expresado a su manera por cada cultura: desde “el que la hace, la paga” hasta “cada quien será responsable de sus propios actos” (Jer 31:30). En el relato de la creación, Dios nos enseña en qué consiste la responsabilidad. Lo hace creando, poco a poco, un mundo cada vez más completo antes de crear al hombre para que habite en él. Cuida cada detalle y planifica para que todo esté correcto antes de culminar la obra.

La Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se conecta con ese plan. Antes de ser madre de Dios, María fue protegida del pecado original no como milagro maravilloso ni don magnífico, sino como parte del proyecto salvífico. Si Dios crea responsablemente, también lo hace al redimir. Por eso preparó a María de Nazaret para la misión que le sería ofrecida. Nuestro Dios solidario siempre está cerca para sostener a quien ama, para inspirar e iluminar. Eso es lo que necesitamos para recuperar el paraíso perdido.

En nuestro caso, muchas veces sentimos que los acontecimientos nos empujan a trompicones como una bola de billar. Mas no por eso hay que dejarse llevar. María no tenía pecado original, pero vivió siempre rodeada de todas esas “estructuras de pecado” de las cuales hablaba Juan Pablo II. La persona buena no vive en una burbuja de cristal o en un ambiente estéril. Lleno de agresores y maldades, nuestro mundo torcido nos pone a prueba y tienta toda esa bondad. Mantenerse en la verdad doctrinal y moral no es fácil. De hecho, es muy difícil. Dicho eso, es nuestra responsabilidad hacerlo.

Adán acusó a Eva y ésta a la serpiente. Así se huye de la responsabilidad. En cambio, María se mantuvo sin pecado al asumir su responsabilidad siendo fiel a la misión recibida. Asumió su condición de madre de Jesús y madre de la Iglesia. Lo hizo sin milagros; lo hizo con la fe y el corazón. Como dice el prefacio de la misa de hoy, María reconquista el paraíso.

Si todos fuéramos así de serios con la vocación recibida, todo funcionaría mejor.

No es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia. El secreto de la santidad es buscar a Dios, no arrepentirse cada cinco minutos. El arrepentimiento es importante, pero lo esencial es el amor a Dios y querer estar cerca de Él. No basta con pedir perdón ni evitar pecar: hay que amar. Eso hizo María.

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Oración

A ti, Señor, te pedimos que nos ayudes a ser responsables. No solo a cargar con nuestras culpas, sino a preparar las cosas para evitar las faltas. A desear antes de elegir; a meditar antes de decidir; a valorar antes de actuar. Y así mantenernos limpios de pecado y poder construir el Reino. Amén.

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