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Juan Luis CalderónJanuary 26, 2017
(fotografía: iStock)

IV domingo del Tiempo Ordinario

29 de enero de 2017

Lecturas: Sof 2: 3; 3, 12-13 | Salmo 145 | 1 Co 1: 26-31 | Mt 5: 1-12a

Me acuerdo bien del primer día de clase en el curso para obtener la ciudadanía en los Estados Unidos. Mi profesora, Millie Benítez, nos leyó solemnemente el comienzo de la Declaración de Independencia. Recuerdo mi sorpresa al escuchar el segundo párrafo, que dice: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad [the pursuit of Happiness]”.

Mi mente voló a mil lugares y dimensiones en aquel momento. Me pareció romántico y genial incluir la “búsqueda de la felicidad” en los primeros pasos de un documento tan serio, trascendental e importante, que iba a cambiar el destino de millones de personas y de la Historia en sí misma.

La búsqueda de la felicidad. Qué bonito suena. Qué inspirador. Qué necesario. Posiblemente no exista nadie en el mundo que no quiera ser feliz. Tanto así que los Padres Fundadores lo incluyeron entre los derechos inalienables. Parece lógico que todo ser humano busque su bien y su realización. A eso deberíamos dedicarnos todos… si nos dejan.

Esa es posiblemente una de las grandes crisis psico-espirituales de la humanidad. El ritmo de vida, las obligaciones, el sistema mismo en el que vivimos, tantas cosas, parecen apartarnos de ese proyecto que se supone que fuera básico: buscar la felicidad. O al menos de eso nos quejamos. Como si la vida misma nos impidiera vivir. Como si todo se aliase para hacernos infelices. Es decir, nuestro derecho a la felicidad es innegable, pero no hay modo de conseguirlo en esta vida. Pero, ¿es así?

Jesús subió a la montaña y, desde esa posición, viendo la vida desde más arriba y con mejor perspectiva, nos ofreció su plan para “buscar la felicidad”. Es lo que llamamos las bienaventuranzas. Me las hicieron aprender de niño en el catecismo y en la clase de religión de la escuela; era pregunta segura en el examen y obligatorio recitarlas para hacer la primera comunión.

Así se convirtieron para mí (¿quizás también para usted?) en un “mandamiento” más. Creo que nunca me hablaron de las bienaventuranzascomo un proyecto de vida cuyo objetivo es precisamente la “búsqueda de la felicidad”. Más bien, pocas veces en mi infancia y juventud (y, en muchos casos, incluso en mi vida adulta) me presentaron esta lista de Jesús como algo alegre. Más bien parecía ser solamente el último remedio salvavidas para los pobres desesperados que ya no tienen solución. ¿Sigue sucediendo esa misma falta de perspectiva en las catequesis actuales? ¿Y en la espiritualidad?

Como todos buscamos la felicidad, Jesucristo nos propone un plan de acción para conseguirla. Es una puerta a la esperanza incluso partiendo de las situaciones más dramáticas, aquellas que dan menos margen para el optimismo (hambre, llanto, persecución, etc.). En vez de quejarnos de que todo va mal, Jesús nos inunda con la ilusión de que hallaremos lo que buscamos para ser felices.

Pero… (sí, sí, ya sé… siempre hay un ‘pero’), si nos damos cuenta, el secreto de la felicidad es buscar lo correcto, lo que verdaderamente nos hará felices. “No sólo de pan vive el hombre”. Por eso nuestras aspiraciones hacia la felicidad deben incluir algo que nos llene por dentro, que nos haga superarnos y crecer como personas. Ese es el estilo de Jesús en todo (podríamos aplicar este mismo concepto a los milagros de curación, donde incluye el “vete y no peques más”, porque para que sea feliz no basta con arreglarle las piernas a uno).

Si verdaderamente “buscamos la felicidad”, esta semana dediquemos un poco de tiempo a revisar nuestros sueños, anhelos y deseos. Les propongo elaborar la lista de las cosas que (sinceramente) cada uno piensa que le harían felices. Si usted ve que su lista se ha vuelto demasiado materialista, le toca volver a leer nuestra columna de la semana pasada, donde comentábamos un poco sobre la conversión.

Feliz semana y ¡adelante con su pursuit of Happiness!, pero al estilo de Jesús.

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Oración

Señor, nunca he sabido bien qué significa eso de “bienaventurado”. Por eso te pido que me hagas feliz, dichoso, completo. Ayúdame a ser bendición para otros para que alcancen también ellos la felicidad. Amén.

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