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Juan Luis CalderónOctober 14, 2016

La fe es mucho más que un asunto de “pidan y se les dará” (Mt 7:7). Es una actitud de vida, una confianza en que el proyecto de Dios se cumplirá para todos y que el Reino y su justicia prevalecerán (Mt 6:33).

El juez injusto del Evangelio representa la otra cara de la moneda. Si es juez, debería impartir justicia. Sin embargo, es injusto, egoísta e indigno de su cargo y posición. Su soberbia de poderoso es tal que “ni temía a Dios ni respetaba a los hombres” (Lc 18:2).

Lo peor es que esta historia nos resulta demasiado familiar. De hecho es uno de los temas subyacentes en la campaña electoral presidencial de los Estados Unidos. Cosas similares suceden en otros países. Nuestras sociedades de bienestar y democracia se ven plagadas de corrupción, pareciéndose a los sistemas totalitarios que pretenden eliminar. La prepotencia sigue predominando en este mundo.

No todo está perdido. Frente a esta parte injusta de la sociedad, están los otros representados en el Evangelio por la pobre vida. Con la sencillez del que obra de corazón, la viuda se presenta ante el juez para pedirle justicia. Ella sabe lo que necesita, lo reconoce y lo solicita. No pide limosna. Pide algo que es justo. Y como sabe que es justo, lo sigue pidiendo incluso a quien es injusto. Atención a esto: ella seguro que sabe de la maldad del juez. Pero también sabe que la función del juez es de impartir justicia. La fe de la que habla Jesús comentando este ejemplo es doble: fe en que la justicia prevalecerá y fe en que el injusto se convertirá.

El sueño del juez injusto es poder hacer sus fechorías sin que le molesten. El sabe que miente, roba y juzga injustamente. Porque se sienta en la silla del juez, se siente respetable y con poder para hacer lo que le dé la gana. Caiga quien caiga. Mientras que la viuda aún cree que este mundo puede salvarse. Ella no es egoísta. No quiere solamente su beneficio, sino que se cumpla la ley, ese marco legal en el que todos encontramos armonía para vivir juntos. Si la viuda hubiera deseado sólo justicia para ella, sería casi tan mala como el juez. El sueño de esta mujer es tan grande como el de Jesús: un día habrá Justicia.

Pero, “cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra (Lc 18:8)?” ¿O encontrará la fe egoísta de aquellos como el juez injusto que sólo buscan sus intereses? Depende de nosotros. Esto me parece anticipar el Jueves Santo. En preparación para los dramáticos acontecimientos que se avecinan, Jesús pide por sus discípulos para que no caigan en tentación (Lc 22:31). “¿Ruega el que defiende y no ruega quien se halla en peligro?” (san Agustín, “Sermón 115”). Las intercesiones del otro nos enseñan a pedir, a descubrir lo que deseamos y a salir de nuestra autosuficiencia.

Hace falta más personas como la “viuda” que le recuerden a los jueces injustos de este mundo que su vocación es estar al servicio de la justicia. La insistencia de la viuda es la confianza de que un día este mundo funcionará mejor. Ella confía no sólo en las leyes de los hombres, sino en la conversión de los corazones. No podemos dormirnos. Oremos, actuemos y confiemos. Así, cuando venga el Hijo del Hombre, seguro que encontrará esta fe en la tierra y se podrán recapitular todas las cosas en Cristo (Ef 1:10).

Si tiene algo que decir, cuéntemelo en palabra@americamedia.org o en Twitter @juanluiscv.

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Oración:

¿Cuál es tu sueño? ¿Qué pediste esta mañana en tu oración? ¿Hubo espacio para pedir justicia? Les invito a reflexionar en familia o con amigos esta semana sobre lo que soñamos y pedimos. Sobre todo con los niños: ellos necesitan especial guía a la hora de aprender a soñar y pedir en su oración.

 
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