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(Fotografia: Anton Darius Thesollers/Unsplash)

13 de mayo de 2018

Solemnidad de la Ascensión del Señor, B

Lecturas: Hch 1: 1-11 | Salmo 46 | Ef 1: 17-23 | Mc 16: 15-20

¡Ojalá nos enterásemos de lo que Dios nos regala! Es tan hermoso y tan plenificador. El Señor cumple, por muy excelso que sea, lo que promete para nuestro bien.

Antes de leer este comentario, le recomiendo que relea la segunda lectura de hoy, Efesios 1:17-19. Tanto lo que dice como el modo de decirlo me hace temblar de emoción. San Pablo nos desea lo siguiente: ojalá os enteréis alguna vez del regalo que Dios os ha dado, tan grande que sólo un Padre de verdad podría darlo; tan poderoso que sólo Dios omnipotente podría darlo; tan amoroso que sólo el Creador podría darlo.

Hoy se nos ofrece la vida eterna. Hay un elenco de las frases bíblicas que la anuncian. Esta expectativa ha sido prevista desde el comienzo de los tiempos por casi todas las religiones. Parece ser que a los seres humanos nos gusta tanto vivir que deseamos que la cosa siga. Cada religión lo ha expresado de un modo diferente y le ha dado connotaciones distintas. Pero ninguna había previsto un momento como la Ascensión.

La Ascensión no es un premio especial ganado por Jesús por sus buenos servicios. Es más bien, el resultado de un proceso establecido desde el principio de los tiempos. Su conclusión es la vida eterna en el cielo. Jesús nos precede. En su caso regresa a la casa del Padre, de la que salió, porque es su lugar propio. Le toca además reinar sobre el universo. Esa es la otra misión del Señor desde la Ascensión. Se convierte en Cristo Rey y, desde el cielo, gobierna y bendice.

Subir al cielo a vivir con Dios eternamente es el presente de Jesús y el futuro nuestro. Completar el círculo de la existencia viviendo en la eternidad con esperanza en la resurrección, ese es el proyecto. Para nosotros, la vida eterna ya se está realizando, aunque todavía no completamente, puesto que no hemos muerto.

La vida espiritual es presente y terrena, al mismo tiempo que empieza a gozar de las primicias del Reino. Por eso, conectarnos aquí con Dios ya nos permite disfrutar los primeros efectos de la eternidad. Cada Eucaristía nos transporta espiritualmente a esa última cena de Jesús, que actualizamos en la celebración. Así, las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad– crecen en nosotros.

Desde luego no es igual vivir en la tierra que vivir en el cielo. Pero ya desde ahora disfrutamos de lo que tendremos. Así nos alimentamos interiormente con lo necesario para enfrentar las duras realidades de la vida. Es mucho más que la esperanza de que en el más allá todo se arreglará.

Vivir ya las primicias en la tierra, nos mueve a resistir los embates diarios. Nos invita a transformar la realidad temporal a la luz del proyecto eterno de Dios. Los ideales evangélicos son para ser vividos ya desde ahora, para eso se encarnó Dios en Jesucristo. El Reino es el cielo, pero también se construye en la tierra. De este modo, la vida será lugar de encuentro con Dios y también preparación para lo que vendrá. Dios bajó y subió. Ese es también nuestro futuro.

No podemos renunciar a este ideal cristiano porque en ello nos jugamos alcanzar el ser de cada uno. Como comunidad debemos además anunciar la santidad y la razón de ser de la Iglesia. Por desgracia, muchos caen presos de la duda y la desesperanza. El papa Francisco advierte: “La costumbre nos seduce y nos dice que no tiene sentido tratar de cambiar algo … A causa de ese acostumbrarnos ya no nos enfrentamos al mal y permitimos que las cosas ‘sean lo que son’” (Gaudete et exultate, 137).

Este día de la Ascensión no es para sentirnos abandonados, sino esperanzados más que nunca. Jesucristo, una vez más, nos muestra el camino. Lo seguiremos. Échele una miradita a la última exhortación apostólica del papa Francisco, Gaudete et exultate. No podemos renunciar a la santidad.

Por favor, recuerde que puede compartir con nosotros ideas, comentarios y opiniones en palabra@americamedia.org y en Twitter @juanluiscv.

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Oración

Jesucristo, que asciendes al cielo, nos dejas tu presencia Eucarística y tu Espíritu, auxílianos siempre para aspirar a la comunión verdadera y a la santidad, por el bien propio, el de la Iglesia y el de toda la humanidad. Amén.

Juan Luis Calderón es teólogo, acompañante espiritual, escritor y conferenciante. Licenciado en Teología por la Universidad de Navarra y licenciado en Teología Dogmática por la Universidad Gregoriana. Lleva en el ministerio 25 años, 17 de ellos en Estados Unidos. Dedica sus esfuerzos a desarrollar nuevos lenguajes que promuevan el crecimiento espiritual y la formación pastoral de los hispanos en un contexto multicultural y multilingüístico.

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